lunes, 22 de junio de 2009

Huida

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Tenía el cuchillo en mi mano.

Tenía el cuchillo y no tardé en hundirlo en la carne.

Apreté, apreté y apreté una vez más, tan fuerte como mi coraje lo admitía. Y dolía, dolía tanto pero no como el que sentía ya por dentro. El dolor que provenía desde fuera admitía el dolor, claro que sí, pero no le temía. En absoluto le temía. El que nacía dentro era diferente. Ese me asustaba de muerte, me traía de las narices como se le antojaba. Ese mismo era eterno, tan eterno como mi propia vida, porque dolía pero no físicamente, sino del espiritualismo en el corazón. Me dolía y me desesperaba, sabía que todas las culpas eran mías pero no aceptaba morir en la horca, como las consecuencias lo dictaron al equivocarme tantas veces. Apreté más fuerte, hice caso omiso de lo que me dolía superficialmente y al final me detuve. No pude apretar más. Sabía que mi destino estaba metido en mis venas y que yo no era tan valiente como para cambiarlo. Debía de respetar lo que él me tenía reservado, todos sus males y maleficios, todos aquellos castigos que merecía por desobedecer a mi propia fe. A mi propio espíritu. Al propio Gabriel.

Nunca me había equivocado tanto, nunca.

Y por esta vez, había arruinado una vida. No la mía, la de una persona más. Le había enseñado el paraíso y la había instado a vivir en él. Pero luego se lo quité. La deshonré. Le falté el respeto, sin siquiera alzarle la voz. Decidí por valor propio el perderla.

Y así fue.

Así fue como huí de mi habitación, atacada por un fantasma que en la ventana golpeaba pidiendo entrar. Huí, corriendo como más podía, huyéndole a mi destino y a mis errores, mis fatales errores, mierda, ¿por qué mis errores no me matan a mí? ¿Por qué se ensañan con mi cordura? Supongo que es mas divertido hacerme pagar todo en vida. Y así estoy hoy, una persona llena de talento, una buena persona, que se ha condenado por cometer unos buenos errores. Me da vergüenza ser quien soy hoy. Me da vergüenza admitir que lo he perdido todo. Y en el fondo es que ahondo más la cuestión, en el fondo cocino teorías y esperanzas, en el fondo luego las aplasto porque ahí fue donde tramé la peor de las traiciones. Fui un completo idiota y hoy corría, corría tan rápido que la luna ni sombra me hacía, corría tan rápido que mis pensamientos se quedaron por un instante una cuadra atrás.

Tres, cuatro, cinco, millones.

Llegué al fin, aquí, donde buscaba salvación. Pero no era la salvación que necesitaba, era tan sólo un poco de droga escrita, un éxtasis que al usarse no tenía nada de éxtasis. Me había sentado aquí, a decir todo lo que tenía dentro, a huir pero sólo al mundo donde más me cobijaba. El que hoy por hoy es al que tengo abandonado.

Soy una mierda, me siento una mierda. Los dedos me tiemblan, aguanto una vez más llorar. Estoy devastado y siento que lo merezco.

Gabriel

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