lunes, 22 de junio de 2009

Enfrentamiento

.
"Amarte".

Hacía tiempo que no escuchaba eso de tu boca.

A veces, no sólo pienso que estoy condenado, a veces... te lo dije, corro hacia vos para que me salves. Pero ya no querés salvarme, ni vos encontrás salvación. No repartís culpas hasta que nombrás la palabra "decepción" y ahí es cuando entro en escena, con mi lado más demoníaco. Más monstruoso. Si, te tiré por la borda. Te arruiné la poca esperanza que tenías. Te quité la única razón que hoy tenías para vivir. Hice todo mal, hice todo mal y cuando quise remendarlo, ya era tarde. Estabas muerta en vida. Tenías una lápida con tu nombre.

Me preguntaste "¿puedo?", "¿puedo?", como si de pronto me dieras un poco de aire, aire de esos cachetazos que llegaron en silencio a mis mejillas. Porque no me golpeaste con tus manos pero tu silencio sí lo hizo. Supe siempre que cuando supieras la verdad, todo acabaría definitivamente y si bien, hoy no lo siento así (estoy desolado pero como un estúpido sueño), le di punto final a lo nuestro. Sentencié, me sentencié a mí mismo, corrí el suelo a mis pies y me ahorqué con mi propio llanto. Yo pensaba que sí podías, mis ejemplos fueron claros pero lo que vi en tus ojos no sólo fue un instante vago de esperanza, sino más bien una sombra de tu forma de ser, aquella que no quiere perder.

Te vi y me di cuenta de que me amabas más que a ningún otro hombre. Y que ése mismo nombre que pronunciabas luego de amar te había traicionado. La última persona en el mundo te había decepcionado. Así lo vi en tus ojos. Y no te condené por ya no darme una segunda oportunidad, esa verdadera segunda oportunidad. Tenía que enojarme a veces, tenía que luchar aunque fuera gritándote en la cara que te amaba. Sí, te amo y aún así vi a Fer tantas veces después de decirlo. Hoy salí de tu casa, con tu mismo vacío en mi propia alma y así, llamé a Fer y le dije "siempre creí que terminaría definitivamente con vos cuando le dijera a Mariana toda la verdad". Y así fue, así fue como del otro lado el llanto se llevó todo lo que podía haber sido enojo o incluso insistencia, lucha insistente. A medida que le hablaba me convertía en el hijo de puta más grande del mundo. A veces... cuando realmente caigo en la depresión, me pregunto porqué mis viejos no me dotaron de una consciencia pequeña, diminuta, apenas perceptible. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que equivocarme y autocastigarme cometiendo más errores? Ahora sé lo que es morirse en vida. Yo mismo me suicidé. Yo mismo toqué el cielo y luego lo llené de humo nuclear. En el camino me llevé a dos y arruiné, tal vez, a la persona más grácil del mundo a la hora de amar.

¿Y ahora?

Ahora voy a volver a mi casa y veré si el cuchillo quiere seguir bajando, hasta traspasar el brazo. Porque no quiero morir, si hay algo que conozco de mí mismo son mis defectos y mis aptitudes. Soy el hijo de puta más grande del mundo, pero también puedo reparar, puedo aunque no lo quieras. Puedo destruirme un brazo sólo por desviar la atención del dolor que me causó el mismo cuchillo que clavé en mi corazón. Soy capaz de reparar pero no sin oportunidad. Porque necesito de redención, necesito de que me perdones, que me perdones realmente, que me creas, que te mentí, que te traicioné, pero... nada, sólo digo estupideces. Si vos me hubieras hecho lo mismo, ya no estaría con vos.

Sabés, tengo la felicidad guardada en el bolsillo. Y es bueno saber que puedo deshacerme de ella cuando me porto mal. Mierda, ya estoy hablando de nada, te amo como a ninguna otra en el mundo amé nunca antes y no puedo creer que haya terminado todo así, como si te hubiera demostrado que cada uno puede forjar su propio destino, su propio futuro, sus propias consecuencias.

Lo siento mucho, perdón.

Voy a encerrarme, a soportar lo que me ha tocado.

Ya no la tengo a Fer cerca, ya es libre.

Ya no te tengo a vos.

Y supongo que es mejor así, hablo de esperanzas cuando me olvido de lo que hice.

Yo solito lo hice.

Gabriel

No hay comentarios: