miércoles, 4 de diciembre de 2013

Lobo por cordero

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Los recuerdos no son más que rosas con espinas.

Todos los días me pregunto qué hacer con ellos, los más vívidos y aún irreemplazables, los que me traen sueños verdugos de la verdad, pesadillas en forma de hacha. Hay días en que se matan por proyectar sobre la mirada mental, imaginaria, y existen otros, en los que se muestran agradables, hasta felices... pero solamente para dejarse agarrar y llenar tus manos de heridas que no cicatrizarán a corto plazo.

Los recuerdos son huecos, como un vacío debajo de los piés.

Llenan de felicidad pero, al estirar la mano, son inconsistentes, de sabor arenoso pero imposibles de ignorar. Uno puede reemplazarlos con la misma materia, uno puede perder el interés en ellos o puede taparlos con emociones fuertes y nuevas. O con catarsis... Pero nunca llenarán el todo y hasta intentarán devorarse la escasas solidez, la poca entereza del suelo que de a poco nos animamos a pisar.

Los recuerdos son como una mano que arruga una buena carta.

Existe una calma, cercana a la transparencia, que nos abriga pero nos desnuda. Avanzar, seguir, fortalecerse y todas esas actitudes no caben juntas en el corazón si el consuelo aún procura comodidad, cuando uno es abandonado o se siente despojado de una parte de él. Día a día, uno se siente cansado, decepcionado, "arrugado" de alma y por la mano que escribió nuestra mejor biografía descaradamente autorizada.

Los recuerdos están llenos de dobles sentidos.

Y las únicas dos herramientas que se poseen son el tiempo y la escritura.

Que la sinceridad de la tinta y la paciencia de ése tiempo, me ayuden.

Amén.

G

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