lunes, 3 de junio de 2013

Dónde va el peón y dónde, la reina.

.
¿Quieren saber por qué determino desde entrada qué papel jugará cada persona nueva que conozco, dentro de mi vida? ¿Y por qué llevo años sin romper ésos roles?

La respuesta es una sola: el poder de la influencia.

¿Ustedes meditan sobre ello al conocer a alguien? ¿O simplemente dejan que las experiencias generen la conexión o no? Bueno, yo sí dejo que la experiencia generada al interrelacionarse defina o, mejor dicho, que represente el material que uso para construir cualquier tipo de relación social. Sin embargo, lo que primero decido es el papel que jugará cada persona dentro de mis días. Una vez decidido y, posteriormente aplicado, lo respeto casi al pie de la letra y así procuro que sea, para siempre. "Casi" al pie de la letra y porque la única excepción que me permito es la de mis ex... uno nunca sabe cuánta cantidad de tiempo hace falta para aprender a decirles que no.

El poder de la influencia... resulta abrumador. Uno decide, a través del nivel de socialismo, otorgar ése poder y dejar que nuestro entorno nos modifique la vida. A menor o mayor escala, a su antojo o al nuestro. El otro día hablé de la "responsabilidad implícita" y algo tiene que ver con lo mencionado hoy, ya que todo empieza a través de nuestras propias decisiones. ¿Cuánta cantidad de chisme nos permitimos oír sobre lo que concierne, antes de explotar? ¿Cuándo sabés que llegó el momento de dar un paso al costado en cierta cuestión? ¿Cómo entender que ésa persona no merece poseer el don de la decisión de tu estado de ánimo? ¿Dónde se guardan los comentarios banales y sin profundidad?

No importa demasiado responder ésas preguntas. Lo que importa es saber cuánto poder le damos a cada persona y para que nos modifique cada segundo de nuestras vidas. Saber también cuándo marcar sus límites y sino, aprender de aquellos que los cruzaron y nos modificaron, para bien o para mal. Como un amor nos puede hacer escuchar canciones románticas y decir boludeces. Como su posterior abandono y el no saber adónde va a parar el su costumbrismo, ya obsoleto. Como la amistad a la que le gustamos o tal vez, a la novia de un amigo que decide vernos como algo más. Como una amiga de años también, que prefiere romper la amistad por el valor de un beso o una cama. Como un amigo celoso de lo que no puede justificar. Como una mujer que piensa que existe algo sobre una base que nada tiene que ver con el histeriqueo. Como un hombre que le da el título de "amor de su vida" a una mujer que ni siquiera lo entiende, que no sabe cómo rescatarlo de sus malos ratos y solamente disfruta de sus buenos. Y así. Podría seguir enumerando, pero la gramática gabrieliana ya está sobrepasada y necesito retomar las riendas en cuestión.

Demasiado poder, demasiadas variantes. Llevo años dándoselo a la gente que me rodea y termina decepcionándome, de una manera u otra (claro está, no soy la excepción a la regla pero... el blog es mío y me toca desgranarlos como ejemplos... xD). Por eso tomo medidas de precaución y, a pesar de haber fallado bastante en mis elecciones, mantengo mi preferencia y termino ahorrádome el triple de problemas. Y más allá de lo cerrado o lo histérico que resulte. Créanlo. Piénsenlo un poco. Véanlo más de cerca. Pónganse en su piel. Y ESCUCHEN: saber a quién le das tu amistad, a quién le das un beso en los labios, a quién le palmeás la espalda, a quién ignorarás, a quién le contestás con un "vos sabrás", a quién le contás la verdad, a quién le mentís, a quién abrazás de distinta manera (e infinitos etcéteras)... Determinar todo eso, de antemano, siempre me deja un sabor más agradable, en el paladar del alma.

Terminemos éste post, antes de que vuelva la experiencia, con sus "causalidades" y refute todo lo que acabo de decir.

G

No hay comentarios: