lunes, 6 de abril de 2015

Palabras abstractas

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Hace un tiempo, conocí a una mujer que pintaba cuadros y de manera brillante. El único punto negativo es que había llegado tarde: ya no lo hacía, cuando empezamos a salir y, por lo tanto, no pude darme el orgullo de verla pintar. Una lástima, porque tenía obras que deleitaban la vista, ojos felinos que cautivaban al observador, una noche tan profunda que daba sueño, un jarrón lleno de almas con flores.

O viceversa.

Una de las primeras ideas que pasaban por mi cabeza era la de desconocer la verdadera razón ante su falta de inspiración y peor aún, mi entrega completa no alcanzaba para producir el milagro. Era una pena que guardaba en silencio, jamás llegué a expresarle mi inquietud, aunque nuestra época juntos fue menos que efímera. Aún así, soñaba con que algún día volviera a pintar, tal vez no para mí, sí para ella o al vacío, para quien se le antojase, que pintase, nada más.

Ya no compartíamos días, solamente inmadurez y fue cuando sumé años que me regaló una camisa, con un dragón tribal, ejecutado con la precisión del cariño y de la musa que disfrazó al egoísmo. Al día de hoy poseo la prenda pero no la uso, está amarillenta e impresentable ante terceros. Pero está, se los aseguro.

¿Voy a alguna parte con tanta introducción?

Recuerdo lo bueno que era yo dibujando y estudiando contabilidad; me veo hoy, entre todo ese cablerío de textos e ideas, preguntándome si al final las etapas de la vida no son más que sexo con desconocidos, donde la inspiración es el punto cúlmine y la ópera prima, un recuerdo... Las experiencias nos marcan y el disparador adecuado provoca al arte por donde fuere: dedos, observación, voz, tacto, corazón... Pero nada como el testigo que nos admira y se acuerda de aquellos tiempos en los que éramos artistas. Hoy, mañana, en otra vida, ya no recuerdo cómo dibujar, sí que ella pintaba cuadros y camisas con dragones tribales.

Recuerdo su arte.

Me pregunto si alguien, Vanina, Pablo, el otro Pablo, el seguridad del Burger, su hermano de Salta, Juan Manuel o el herrero, tal vez Eduardo, digo... se acuerden del viejo arte que nacía de mí.

Sólo pregunto.

G

1 comentario:

Ellioth dijo...

"Cuando venga la inspiración, que me encuentre trabajando", decía Picasso.

La capacidad creativa no puede desaparecer. Puede escaparse, se puede oxidar. Puede esconderse. Y en ese caso, más te vale forzarla hasta que se decida a aparecer. Dibujar, escribir, hasta que el arte reviva como un espíritu flamígero que hibernaba en forma de carbón.

Ponete a crear hasta que carretees y levantes vuelo, gilastrún.