sábado, 23 de noviembre de 2019

Guardado en un cajón

.
Cuando llevás demasiado tiempo perfeccionando tu manera de ser o al menos, aprendiendo a resaltar tus virtudes y minimizando los defectos, te das cuenta de que no todos caminan la misma senda y en consecuencia, te volvés mucho más crítico del mundo que te rodea.

Ayer tenía un post en mente, una mitad que se vio interrumpida por la falta de solitud y que me convencí de continuar hoy. Sin embargo, una vez acomodado en el cuadrado, mis ideas chocaron contra una gran barrera a la que no le presté atención, al despertar. Claro que me sobra tiempo para tenerlas y sin embargo, la inspiración no llega desde el seno en el que me encuentro. Como dije en otros círculos, el momento perfecto para crear, al menos para el escritor, es cuando viajo y muchas veces creo que debería de hacerlo infinitamente, si es lo que me lleva a vivir una vida más bohemia.

En el post de ayer, hablaba de talento y atención: dos cuestiones diferentes, unidas por un mismo propósito. Muchas veces creo que poseo ambas y sin embargo, el talento se golpea demasiado contra esa barrera; la misma que no me permite el amor, cuando existen posibilidades, la misma que no me deja terminar un buen escrito. Y es común tenerla de frente, no podemos exigir inspiración constante, genialidad en todas nuestras acciones; somos seres humanos e imperfectos, influenciados por nuestro entorno y nuestras emociones. No, no voy a caer el pensamiento científico, no podemos vivir sin ello pero en la mayoría de los casos... resultan un estorbo.

En principio, quiero manifestar el estado de humor que la barrera impuso sobre mí y ocurre que, como en la mayoría de los posts que empiezo sin saber cómo terminar, encuentro la raíz del problema. Si bien no soy un ejemplo a seguir, muchas veces prefiero entender lo que me pasa, antes de actuar. Y llevo un tiempo creyendo que procuro conformar todas las aristas, en vez de enfocarme en las que quiero. Algunas sirven un propósito pero vienen con mucha negatividad, lo cual produce que calle la boca y deje que mi mente le pegue a un saco de arena. Otras son demasiados realistas como para dejarlas pasar y me arrastran incansablemente hacia el saco de papas; me dicen "levantalo y llevalo a B", a lo que no puedo negarme, si quiero evitar perder la dignidad.

Y al final, relegadas, están todas aquellas que verdaderamente me gustan. Pero soy estúpido, no aprovecho los huecos que el tiempo abandona al azar, esos mismos que encuentro por prestar atención. Los veo y no se que hacer con ellos. Mejor dicho, se qué hacer pero arranco, me quedo en las teorías. ¿En qué momento de la vida perdí el acelerador? ¿Es el entorno o soy yo? ¿Es mi falta de influencia? No, no, no, si hasta pongo comas entre tres "no". La personalidad está definida, los parámetros son los correctos. La ejecución no llega, lo que significa que algo en el medio se estanca. Acabo de decirlo, no soy inconsciente, el problema soy yo, la persona que perdió el poder de arrasar con su vida. Si antes lo hacía, ahora soy un manojo de ideas y talento desperdiciado, que se preocupa más en recibir el mismo tratamiento que doy con lo poco que tengo, que en ignorar la manera de ser ajena y avanzar con mis metas.

Esa es la cuestión, abandonar la parte tóxica del ojo observador. Escalar las actitudes de otros, en comparación a las mías, produce únicamente ese estancamiento que me detiene que tener todo lo que quiero. Me preocupo más porque me entiendan que por entenderme y el mundo no baila al ritmo de cada uno, cada quien tiene sus mambos y consecuencias, cada enfoque genera millones de ramificaciones incontrolables. No basta con decidir hacerlo, es necesario dar el primer paso.

Y luego otro.

Y otro.

E infinitamente otro.

Voy a suspirar y a dejar que la idea fluya por mis venas.

Porque apreciar el mar desde tierra firme no me lleva a conocer su profundidad.

G

No hay comentarios: