martes, 7 de enero de 2020

Ahora tengo jardín

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¿Qué?

No entiendo.

Hablá claro.

Ah, eso.

Dije el año pasado que no escribía más sobre la trilogía.

Posta que no lees...

Dos meses atrás, no tenía jardín. Es más, vivía en Capital Federal (Bs. As.) y decidí mudarme a Mar del Plata. El tema es que noté rápidamente que en la ciudad plateada (?) también existían edificios, incluso los chorros se tomaban el tren, para ir a robar en vacaciones. Digo, vacaciones mías no resultaron, alguien me dijo que empezara una vida nueva; más bien se sintió como estrellar contra la pared el más delicioso plato de pastas. Fue como salir del búnker y meterse en una trinchera montada en el jardín. Y lo sabía, tenía bien en claro que el agua era marrón y aún así, decidí meter los pies en el agua.

La vida está llena de malas inversiones y a veces me pregunto porqué insistimos en creer que ciertas personas van a cambiar. Como la mujer golpeada que aún cree que su marido vaya a cambiar y nunca sucede, hasta que termina en el hospital o con psiquiatra. Como el aumento de sueldo que nunca llega o la falta de promesa en recuperar dinero prestado (por buena voluntad y ante la necesidad, aclaro). No importa como seas, no importan los deseos que tengas, el mundo no va a cambiar por vos. Si sabés que algunas personas se hurgan la nariz y creen que nadie los ve, que luego se llevan el dedo a la boca... no esperes que te crean inteligente, lo van a hacer igual.

No esperes lealtad de la nada.

Y esa es la realidad, podemos ser un desastre en lo personal, pero jamás dejar de ser leales. Jamás clavemos un cuchillo en la espalda, jamás dejemos de defender, jamás creamos que somos más que otros.

Porque no existe peor pecado que el de justificar una matanza, por culpa de la baja autoestima.

Aunque admito, la vida de esas personas debe de ser un infierno. Creer o sentirse menos que otros y pisar las flores, al tratar de apartarse del camino... mientras que a otros les sobra tacto...

Quisiera ser más sutil, pero la realidad es demasiado densa.

G