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"El tiempo cierra todas las heridas, el tiempo lo cura todo."
Bullshit.
Puede que en mi blog, el escritor se dedique a la búsqueda de puntos de vista alternos y que a veces, resulten en acciones redundantes, que logren trabajar el cerebro ajeno pero no sirva más que para llenar un espacio vacío de minutos... Bueno, de pasar el rato, eso.
Sin embargo...
Estaba pensando en Juggenaut, un personaje del Dota: está gozando de popularidad, hoy; sin embargo, su debilidad es la corta cantidad de maná máximo que posee y que no le permite el uso rutinario de sus excelentes habilidades. Entonces, los grandes jugadores deciden descartar una de sus mayores habilidades y dedicarse a maximizar sus pasivos, junto a la mejora de los atributos. Así, Jug puede seguir subiendo niveles, equipándose y teniendo peleas contra otros personajes sin problema alguno.
Y luego, trasladé ése mismo ejemplo a la vida real.
Uno se preocupa por una cierta cantidad de hechos diarios. En el momento de mezclarse con otras personas, se apuesta el temple en buenas o malas experiencias (según resulte cada sociabilización), formando preocupaciones de todo tipo. Cuando esas preocupaciones perduran a través del tiempo y se convierten en rutinas, el ser humano tiende a acomodarse dentro de ellas, a no desviarse, a mantenerlas lo más fieles posibles a sus gustos. Pero cuando alguien te obliga a vivir sin ellas...
Salteemos la parte en donde la pasamos horrible.
Pasa el tiempo, las heridas cierran, el corazón se cura y... bullshit, again.
Quitamos esa preocupación del medio. No dejamos de querer o "desear" ése objeto o persona, decidimos que es momento de vivir sin su utilidad. Puede que no encontremos un buen repuesto, un reemplazo que equipare la comodidad que nos hizo sentir en el pasado, pero amanecer sin la necesidad de tenerlo/a se vuelve sublime. Volvemos a ser independientes.
Entonces, si tengo al Jug sin giro, pero con los atributos inflados, puedo meter lindos críticos y usar el poco maná máximo que tengo sobre su mayor habilidad: Onmislash.
Entonces, si los días pasan sin esa preocupación en mi cabeza y los pulmones me funcionan de la misma manera, recupero la cordura y vuelvo a tener las ideas frescas.
Porque el corazón posee una cantidad limitada de maná.
Un pensamiento al pasar.
G
domingo, 26 de abril de 2015
martes, 21 de abril de 2015
Chiste interno
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El título completo sería "Chiste interno: una burbuja autocomplaciente".
Pocos logran encontrar el balance correcto entre vivir y sentire vivo. Es por eso que recurren a la gracia que solamente uno mismo entiende: como el poeta, que pinta la vida con metáforas coloridas o bellas de palabra, al menos.
Sin embargo, nuestra manera de ser es agridulce... elige saborear lo social y mezclarse en ello, mientras convierte toda la basura que el cuerpo de la mente vomita en algo gracioso. Ahí es cuando entra en juego el chiste interno: convertimos una crítica negativa hacia terceros o aspectos propios de nuestra experiencia diaria en bromas llevaderas y descartables, pero que sólo uno entiende.
Ahora, ¿tan grande es la necesidad de quitarle intensidad a todo aquello que no tragamos o nos convierte en simples humanos? La naturaleza "animal" parece albergar niveles de inteligencia menores o inconsciencias mayores, donde esconder la voz que critica a los demás es común y sobrada en cobardía.
Porque, al final, se trata de asumir o no nuestras opiniones.
Como dije, es natural pensar mal de una persona o de un grupo entero y luego, no hacerse cargo de esas ideas. ¿Y qué tiene de malo? Es quién somos y cómo nuestras experiencias se transforman en ideales, condicionando todas las acciones por el resto de nuestras vidas. ¿Quién te dijo que está mal ser racista o machista? El concepto se torna en vicio cuando se usa para perjudicar lo ajeno, no cuando se llama "idea" en tu cabeza. Disfrutar viendo al mundo arder no te convierte en un villano, sino en alguien que pulió su cabeza desde un ángulo distinto.
Vamos, más de uno quiso que le fuera mal a una ex o que se prendiera fuego algún ladrón falopero.
No necesitamos escondernos detrás de chistes para uno solo, simplemente debemos asumir lo que existe en nuestra cabeza y aprender a restar importancia sobre lo que los demás piensen de nosotros, de nuetras acciones... para que, al final, dejemos de usar máscaras y demos un paso importante hacia la aceptación.
Pffff, no veo mejor final que ese.
G
El título completo sería "Chiste interno: una burbuja autocomplaciente".
Pocos logran encontrar el balance correcto entre vivir y sentire vivo. Es por eso que recurren a la gracia que solamente uno mismo entiende: como el poeta, que pinta la vida con metáforas coloridas o bellas de palabra, al menos.
Sin embargo, nuestra manera de ser es agridulce... elige saborear lo social y mezclarse en ello, mientras convierte toda la basura que el cuerpo de la mente vomita en algo gracioso. Ahí es cuando entra en juego el chiste interno: convertimos una crítica negativa hacia terceros o aspectos propios de nuestra experiencia diaria en bromas llevaderas y descartables, pero que sólo uno entiende.
Ahora, ¿tan grande es la necesidad de quitarle intensidad a todo aquello que no tragamos o nos convierte en simples humanos? La naturaleza "animal" parece albergar niveles de inteligencia menores o inconsciencias mayores, donde esconder la voz que critica a los demás es común y sobrada en cobardía.
Porque, al final, se trata de asumir o no nuestras opiniones.
Como dije, es natural pensar mal de una persona o de un grupo entero y luego, no hacerse cargo de esas ideas. ¿Y qué tiene de malo? Es quién somos y cómo nuestras experiencias se transforman en ideales, condicionando todas las acciones por el resto de nuestras vidas. ¿Quién te dijo que está mal ser racista o machista? El concepto se torna en vicio cuando se usa para perjudicar lo ajeno, no cuando se llama "idea" en tu cabeza. Disfrutar viendo al mundo arder no te convierte en un villano, sino en alguien que pulió su cabeza desde un ángulo distinto.
Vamos, más de uno quiso que le fuera mal a una ex o que se prendiera fuego algún ladrón falopero.
No necesitamos escondernos detrás de chistes para uno solo, simplemente debemos asumir lo que existe en nuestra cabeza y aprender a restar importancia sobre lo que los demás piensen de nosotros, de nuetras acciones... para que, al final, dejemos de usar máscaras y demos un paso importante hacia la aceptación.
Pffff, no veo mejor final que ese.
G
lunes, 6 de abril de 2015
Palabras abstractas
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Hace un tiempo, conocí a una mujer que pintaba cuadros y de manera brillante. El único punto negativo es que había llegado tarde: ya no lo hacía, cuando empezamos a salir y, por lo tanto, no pude darme el orgullo de verla pintar. Una lástima, porque tenía obras que deleitaban la vista, ojos felinos que cautivaban al observador, una noche tan profunda que daba sueño, un jarrón lleno de almas con flores.
O viceversa.
Una de las primeras ideas que pasaban por mi cabeza era la de desconocer la verdadera razón ante su falta de inspiración y peor aún, mi entrega completa no alcanzaba para producir el milagro. Era una pena que guardaba en silencio, jamás llegué a expresarle mi inquietud, aunque nuestra época juntos fue menos que efímera. Aún así, soñaba con que algún día volviera a pintar, tal vez no para mí, sí para ella o al vacío, para quien se le antojase, que pintase, nada más.
Ya no compartíamos días, solamente inmadurez y fue cuando sumé años que me regaló una camisa, con un dragón tribal, ejecutado con la precisión del cariño y de la musa que disfrazó al egoísmo. Al día de hoy poseo la prenda pero no la uso, está amarillenta e impresentable ante terceros. Pero está, se los aseguro.
¿Voy a alguna parte con tanta introducción?
Recuerdo lo bueno que era yo dibujando y estudiando contabilidad; me veo hoy, entre todo ese cablerío de textos e ideas, preguntándome si al final las etapas de la vida no son más que sexo con desconocidos, donde la inspiración es el punto cúlmine y la ópera prima, un recuerdo... Las experiencias nos marcan y el disparador adecuado provoca al arte por donde fuere: dedos, observación, voz, tacto, corazón... Pero nada como el testigo que nos admira y se acuerda de aquellos tiempos en los que éramos artistas. Hoy, mañana, en otra vida, ya no recuerdo cómo dibujar, sí que ella pintaba cuadros y camisas con dragones tribales.
Recuerdo su arte.
Me pregunto si alguien, Vanina, Pablo, el otro Pablo, el seguridad del Burger, su hermano de Salta, Juan Manuel o el herrero, tal vez Eduardo, digo... se acuerden del viejo arte que nacía de mí.
Sólo pregunto.
G
Hace un tiempo, conocí a una mujer que pintaba cuadros y de manera brillante. El único punto negativo es que había llegado tarde: ya no lo hacía, cuando empezamos a salir y, por lo tanto, no pude darme el orgullo de verla pintar. Una lástima, porque tenía obras que deleitaban la vista, ojos felinos que cautivaban al observador, una noche tan profunda que daba sueño, un jarrón lleno de almas con flores.
O viceversa.
Una de las primeras ideas que pasaban por mi cabeza era la de desconocer la verdadera razón ante su falta de inspiración y peor aún, mi entrega completa no alcanzaba para producir el milagro. Era una pena que guardaba en silencio, jamás llegué a expresarle mi inquietud, aunque nuestra época juntos fue menos que efímera. Aún así, soñaba con que algún día volviera a pintar, tal vez no para mí, sí para ella o al vacío, para quien se le antojase, que pintase, nada más.
Ya no compartíamos días, solamente inmadurez y fue cuando sumé años que me regaló una camisa, con un dragón tribal, ejecutado con la precisión del cariño y de la musa que disfrazó al egoísmo. Al día de hoy poseo la prenda pero no la uso, está amarillenta e impresentable ante terceros. Pero está, se los aseguro.
¿Voy a alguna parte con tanta introducción?
Recuerdo lo bueno que era yo dibujando y estudiando contabilidad; me veo hoy, entre todo ese cablerío de textos e ideas, preguntándome si al final las etapas de la vida no son más que sexo con desconocidos, donde la inspiración es el punto cúlmine y la ópera prima, un recuerdo... Las experiencias nos marcan y el disparador adecuado provoca al arte por donde fuere: dedos, observación, voz, tacto, corazón... Pero nada como el testigo que nos admira y se acuerda de aquellos tiempos en los que éramos artistas. Hoy, mañana, en otra vida, ya no recuerdo cómo dibujar, sí que ella pintaba cuadros y camisas con dragones tribales.
Recuerdo su arte.
Me pregunto si alguien, Vanina, Pablo, el otro Pablo, el seguridad del Burger, su hermano de Salta, Juan Manuel o el herrero, tal vez Eduardo, digo... se acuerden del viejo arte que nacía de mí.
Sólo pregunto.
G
jueves, 2 de abril de 2015
Valer menos que un perro
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Prestar atención: la connotación hace referencia a lo que todos creemos del animal... que es una mascota, nada más. Como tal, no razona y nos hace compañía pero, como valor intelectual, se ubica dentro del calificativo cuasi "racista".
O sea, menos que un perro.
Veinte visitas el treinta y uno, sin post nuevo de excusa. ¿Quién anduvo releyendo?
Hoy recibí el peor título despectivo y por parte de un miembro de mi familia. El incidente envolvió al perro en cuestión y al que escribe: en cuanto se oyó el grito quejumbroso del animal, un tercero preguntó porqué le pegué y que si mi gato se acerca a la cocina, "no te quejes si recibe un golpe, también".
"- ¿Le das la razón al perro antes de preguntarme si le pegué o no? ¿Ni el porqué?"
Fue como la versión bizarra y absurda de una tragedia de Homero, sin vergüenza al actuarse.
El episodio no representa más que un combo gargantuezco de insultos, perpetuados con el pasar de las décadas (dos, precisamente) y me hace recordar que alguna vez les enseñé a todos sobre esperanza y hasta me tragué las tragedias ajenas. Hoy tengo algo de esa esperanza, aún sintiéndome ahogado en alcohol o gritando a través de un vidrio. La gente suele aconsejarme de que no viva en el pasado, pero son esas mismas personas las que no resuelven sus conflictos conmigo y me convierten en el escritor caprichoso, en el insoportable, en quien pierde su propósito. Es entonces cuando todos miran al perro y le dan la razón, porque quien discute por capricho no merece respeto.
Si arrancamos desde la vanidad, ¿le daríamos la razón al que contradice nuestras acciones más seguras, más allá de que se equivoque o no?
Ahora, dicen que las acciones del presente son las que marcan al ejemplo y aún así, pareciera una afirmación momentánea y conveniente.
Obviemos el ejemplo de más arriba, el del familiar que no pregunta antes de culparme porqué el perro chilló a mi lado.
No puedo engañarme, tener amigos para contarles de mis victorias no merece ser amigo/a mío y menos si llega a pensar que si discuto es sólo por capricho. No soy estúpido, llevo años estudiando el comportamiento humano y se "un poquito" de reacciones o maneras de decir las cosas. Honestamente, me siento cuerdo gracias a mis encierros y a sus consecuentes replanteos, que desembocaron en una falta de nuevas aventuras por contar y en una paz interior que llevaba años sin tantear; es natural que tantas veces hable de lo mismo y, sin embargo, cuando planteo reveses...
So...
No me voy a tirar atrás ni menos a cambiar mis opiniones porque no encuentre la manera de hacer razonar a mis amistades. La realidad es que una a una se fueron alejando, tanto por mí manera de caminar hacia atrás o porque ellas mismas siguieron adelante; al final, ninguna va a quedar, porque conozco sus huecos y no valgo en acciones más de lo que vale el perro: en sus espejos, mi reflejo muestra a una persona que puede pasar tres años encerrado en el vacío sin siquiera provocarle una reacción a mamá Teresa, dejando que yo mismo encuentre mi psicología y salga adelante.
Pues...
... no vine al mundo para vivir solo ni mucho menos, para dejar que los demás celebren mis logros personales de arriba. No hice amigos para únicamente saludarlos desde la distancia o contarles trivialidades que poco enriquecen ciertos momentos. No pude ni puedo seguir vivir con esa sensación , la de ser un objeto inmóbil a los ojos de los demás, de todos aquellos a quienes nombré "importantes" y prefirieron ocultar diariamente sus egoísmos personales, con excusas estúpidas.
Estoy cansado de esperar motivos.
El perro no tiene precio.
Ni yo.
G
PD: con la mano vendada sigo escribiendo en blog.
Prestar atención: la connotación hace referencia a lo que todos creemos del animal... que es una mascota, nada más. Como tal, no razona y nos hace compañía pero, como valor intelectual, se ubica dentro del calificativo cuasi "racista".
O sea, menos que un perro.
Veinte visitas el treinta y uno, sin post nuevo de excusa. ¿Quién anduvo releyendo?
Hoy recibí el peor título despectivo y por parte de un miembro de mi familia. El incidente envolvió al perro en cuestión y al que escribe: en cuanto se oyó el grito quejumbroso del animal, un tercero preguntó porqué le pegué y que si mi gato se acerca a la cocina, "no te quejes si recibe un golpe, también".
"- ¿Le das la razón al perro antes de preguntarme si le pegué o no? ¿Ni el porqué?"
Fue como la versión bizarra y absurda de una tragedia de Homero, sin vergüenza al actuarse.
El episodio no representa más que un combo gargantuezco de insultos, perpetuados con el pasar de las décadas (dos, precisamente) y me hace recordar que alguna vez les enseñé a todos sobre esperanza y hasta me tragué las tragedias ajenas. Hoy tengo algo de esa esperanza, aún sintiéndome ahogado en alcohol o gritando a través de un vidrio. La gente suele aconsejarme de que no viva en el pasado, pero son esas mismas personas las que no resuelven sus conflictos conmigo y me convierten en el escritor caprichoso, en el insoportable, en quien pierde su propósito. Es entonces cuando todos miran al perro y le dan la razón, porque quien discute por capricho no merece respeto.
Si arrancamos desde la vanidad, ¿le daríamos la razón al que contradice nuestras acciones más seguras, más allá de que se equivoque o no?
Ahora, dicen que las acciones del presente son las que marcan al ejemplo y aún así, pareciera una afirmación momentánea y conveniente.
Obviemos el ejemplo de más arriba, el del familiar que no pregunta antes de culparme porqué el perro chilló a mi lado.
No puedo engañarme, tener amigos para contarles de mis victorias no merece ser amigo/a mío y menos si llega a pensar que si discuto es sólo por capricho. No soy estúpido, llevo años estudiando el comportamiento humano y se "un poquito" de reacciones o maneras de decir las cosas. Honestamente, me siento cuerdo gracias a mis encierros y a sus consecuentes replanteos, que desembocaron en una falta de nuevas aventuras por contar y en una paz interior que llevaba años sin tantear; es natural que tantas veces hable de lo mismo y, sin embargo, cuando planteo reveses...
So...
No me voy a tirar atrás ni menos a cambiar mis opiniones porque no encuentre la manera de hacer razonar a mis amistades. La realidad es que una a una se fueron alejando, tanto por mí manera de caminar hacia atrás o porque ellas mismas siguieron adelante; al final, ninguna va a quedar, porque conozco sus huecos y no valgo en acciones más de lo que vale el perro: en sus espejos, mi reflejo muestra a una persona que puede pasar tres años encerrado en el vacío sin siquiera provocarle una reacción a mamá Teresa, dejando que yo mismo encuentre mi psicología y salga adelante.
Pues...
... no vine al mundo para vivir solo ni mucho menos, para dejar que los demás celebren mis logros personales de arriba. No hice amigos para únicamente saludarlos desde la distancia o contarles trivialidades que poco enriquecen ciertos momentos. No pude ni puedo seguir vivir con esa sensación , la de ser un objeto inmóbil a los ojos de los demás, de todos aquellos a quienes nombré "importantes" y prefirieron ocultar diariamente sus egoísmos personales, con excusas estúpidas.
Estoy cansado de esperar motivos.
El perro no tiene precio.
Ni yo.
G
PD: con la mano vendada sigo escribiendo en blog.
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