sábado, 4 de octubre de 2014

Cosecha 1989

.
Wait...

... ella no me cree...

 Llevo semanas sin oír su nombre en el viento. Mi mente no atiende visitas y vive sólo para mí, sentándose al costado de la cama donde mi autoestima yace, enferma. No hay sonidos que me lleven a compartir acciones, pero alguien nombrará mañana que sufro de abandono y tendrá razón, pero hoy...  hoy es otra mujer la que menciona el nombre de la tempestad y viene a la luz con un brillo que al mismo sol ciega. Saboreo unos instantes su toque de "malo conocido".

Es igual, pero distinto.

¿Por qué esa persona que nombra al viento no cree que pueda alejar de mi esa debilidad, por semanas enteras? ¿Cuál es la verdadera impresión que le queda? ¿La falta de confianza? ¿O una idea que pecó de traicionera y logró hacerla tambalear, dejándola en evidencia?

De repente, siento que alguien ajeno a mí, elige olvidar mucho menos que mis propios complejos. Y sobre mí vida, no la suya.

Probablemente me equivoque y, sin embargo, el sabor no se va y me deja pensando en todos esas cosas... errr... en todos esos minutos, no... ¡EN TODOS ESOS MOMENTOS! ¡Sí! ¡Eso mismo! Me deja pensando en todos esos momentos que...

Un segundo.

¿De qué estaba hablando?

No, no me olvido, pero sí aprendo a restar importancia. No conozco otra persona que se complique la vida tanto como yo (menos mal) y veo que una de las soluciones antigabrielianas probables es la de quitar méritos. NO  LA DE DESVALORIZAR, sí la patear pedestales y de romper cabinas con cristales polarizados. No más ideales fallidos; no porque haya sido un error, sino porque soy quien vive 24 horas dentro del escritor y sé bien que no tengo manera de escapar de mí.

En cuanto al sabor... no se va. Y se asemeja al recuerdo.

Es entonces cuando descubro de que hay otro gusto de fondo, un tanto agridulce.

En qué momento me habré convencido de que existía la palabra "perfección"...

G

No hay comentarios: