jueves, 3 de abril de 2014

Houdini revolcándose en su tumba

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Pasamos tanto tiempo formando opiniones objetivas que nos olvidamos del detalle que marca la diferencia, cuando nos volvemos adultos: la magia. Y me declaro el principal culpable de ello, mi blog sea testigo del sacrilegio.

Lo primero que me di cuenta cuando mis pensamientos se tornaron más responsables (y me encontré caminando entre escombros pero con la frente bien en alto) fue que todos los objetos, todos los seres, todas las ideas y todos los comportamientos, todo... se veían a través de mi mente en su estado más esencial y puro, sin adornos ni mentiras piadosas; como si alguien los hubiera pelado, hervido y servido en un plato de verdades. Toda la luz engañaba sobre las vivencias, sobre aquellas primeras vivencias adolescentes, que desapareció repentinamente y no quedó más que un boceto gris, con sabor a nada y de tacto frío. Si me lo preguntás ahora, te digo abiertamente de que todo dejó de brillar, de ser especial.

La realidad es la más absoluta de las verdades.

Cuando la energía de la adolescencia se encuentra en su apogeo, suele importarnos muy poco el cansancio que se genere en cada maratón de experiencias o las paredes con las que nos choquemos. Más allá de la inconsciencia que padecemos (al menos una vez en la vida), ésta nos permite ir más allá de toda espectativa y lograr que vivamos la vida como realmente se debe: como un círculo o, mejor dicho, como una espiral que empieza tímidamente y se va abriendo aceleradamente hasta perderse en quién sabe dónde. Podríamos decir que nos envuelve con su espíritu aventurero, con sus ansias de descubrir todo lo que nos rodea y que va cosechando por largos años la experiencia suficiente para que, al llegar a la adultez, lo hagamos como seres pulidos, en menor o mayor medida, pero listos para afrontar el resto de nuestras vidas. Todas esas ideas que formamos sobre nuestro entorno son envueltas por el juicio y nos impulsan a conseguir finales felices o buenos momentos, al menos.

Ése mismo positivimo es la "magia", ése mismo punto de vista que logra marcar la diferencia.

Pero cuando uno llega al punto de inflexión, donde se encuentra con la realidad frente a frente y ésta debe rendirle cuentas detalladas, sobre todas las consecuencias que de ignorante uno no supo predecir o no entender de primera mano... En ése mismo instante, la brecha entre la felicidad y el fondo del pozo es tenue. Y nada puede evitar que cambiemos seriamente de idea sobre la veracidad de la magia y de sus pequeños detalles, del ser diferente y demás etcéteras. Claro que todo es un proceso pero, tomemos un ejemplo tonto: he visto cómo personas dispuestas a enamorarse y a cuidar de sus parejas se transforman en seres dubitativos que toman la vida de los demás como un campo de pruebas o un rato con el que se pueda pasar. Yo mismo veo con más claridad el lado oscuro de cada quién y valoro aún más que antes cuando alguien procede con lealtad, verdad y corazón, pero soy consciente de la escasez de los mismos. El mundo suele verse más caótico cuando a uno le va mal y camina en la adultez pero el detalle más significante es que nos todo eso nos condiciona y nos obliga a tomar la rutina como una vía indispensable "anti" problemas, como un camino seguro a transitar si las cosas se salen de esquema.

Y dentro de ésa misma rutina no existe la magia.

O casi que no.

¿Magia? ¿Eso de esperar a que alguien tenga una actitud desinteresada por uno? ¿Que alguno de nuestros grandes deseos se vuelvan reales? ¿Que cambiemos un inminente gran error por un pensamiento frío y acertado? ¿Que encontremos el amor verdadero y leal? ¿Que no nos hagan perder el tiempo? ¿Que la racha de buenas cosas dure lo que tenga que durar? ¿Que siempre tengas a alguien que te ofrezca una mano cuando estés sentado de culo en el fondo del pozo? ¿Que por una buena vez en la vida no piensen mal de vos al verte, que no te prejuzguen? ¿Que tus amigos estén siempre ahí o que tu familia ya no pelee?

Podría seguir...

A veces, parece que todo lo que podemos hacer es vivir mientras cultivamos un mínimo de positivismo hacia el futuro, sin apostar esperanzas en grande, solamente lo justo y necesario. Sin embargo creo que, como todo proceso, la falta de creencia no es más que otra perilla con la que ajustamos el uso indebido de ésa misma esperanza, que no debemos tirarnos hacia el otro extremo, que la balanza mental se vuelva equilibrada y el momento de ser adultos se convierta en el ideal al que todos aspiramos alguna vez: como el momento más sabio de nuestras vidas. Para eso mismo está el adulto, para demostrar que vivió y que es su momento de transmitir lo que aprendió, hacia otros y HACIA ÉL MISMO. Con respecto a los demás, se lo difícil que es creer en las buenas actitudes de primera mano pero uno debe verse por dentro y recordar que todos somos seres de una misma especie, en esencia, pero que cada mente guarda infinitos actos de magia, dispuestos a ser mostrados al público. Puede que nuestros alcances no sean siempre los adolescentes pero con el ojo acertado podemos cambiar la vida de alguien más de manera única en un sólo segundo y eso...

... creo que sería maravilloso.

El dejar huella.

La "magia" desaparece cuando nos volvemos adultos, pero nunca se va del todo. Es opacada por la realidad y la falta de sueños reales. Pero ustedes y yo sabemos bien está ahí, siempre y que sin ella, nunca creeremos en que las cosas buenas pasen, ni que por sí solos podamos marcar la diferencia.

Sobre una sola persona o sobre el mundo, según lo flexible que sea tu perilla.

G

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