lunes, 14 de abril de 2014

El impulso de escribir

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Hace tiempo que no me despierto borracho de consciencia.

Aclaremos una cosa: ése término se usa cuando uno se levanta a la mañana y, entre fiacas, se encuentra con ánimos de todo y la mente no encuentra culpas que puedan arruinar nuestros planes.

Y repito, hace tiempo que no me levanto con ése tipo de humor. Será que cuando uno está solo, se enfoca en problemas mucho más ordinarios de los que le ocupan el corazón y, como se está acostumbrado a vivirlos con intensidad, los rutinarios también se convierten en grandes escenarios y luego, en infalibles dramones de la época griega. Eso me lleva a pensar en cuánto uno puede regular su ansiedad y a sus tan complicados impulsos, de esos que arrestan gente sin pruebas o te hacen contar un chiste en la fiesta equivocada. Resulta difícil controlar un impulso, pero aún más difícil la cantidad que uno derrama sobre la consciencia de otros.

Un ejemplo claro resulta ser el de los problemas que traen las empresas de servicios, que con tanta burocracia de por medio y tanta cantidad de clientes, es normal que se les escapen unos cuantos miles de problemas y fallas, de las que perjudican a sus usuarios. Y como no son expertos en solucionar problemas, gran cantidad de gente queda a la deriva, sin solución alguna ni chance de defenderse ante tanta desidia. Cuando tenemos razón, se genera una ansiedad que nos puede más allá de todo entendimiento y por lo general, esa misma ansiedad despierta pasiones que arrastran unas cuantas ideas de imperfección, crítica e inconformismo. La única que importa es la última de todas, porque es la que viene original de fábrica, la que nos impulsa a cometer crímenes vocales y a que perdamos la noción de dónde quedaron los modales.

¿Cuántos platos envenenamos cada día con nuestra impulsiva lengua?

Y resulta toda una ciencia controlar los impulsos pero, en el fondo, se los debe de tratar como al lenguaje: con entrenamiento o, mejor dicho, con doctrina. Cuando no se está acostumbrado a hablar de cierta manera y realmente se desea el cambio, entrena su vocabulario diario para que se acostumbre a hablar de la manera deseada o, al menos, a no decir palabrotas, por ejemplo. Si ésto lleva tiempo, entrenar una emoción es mucho más compleja de consolidar y apenas llevadera, pero soy testigo de que existen los finales mentales felices. Claro que, es sólo una cuestión de tiempo y de sacrificio, que los resultados son a largo plazo y que, al principio, vamos a cometer nuevos crímenes y que serán remarcados con rapidez. Sobretodo, con el tacto de la peor énfasis y de la bruta consciencia.

Nadie dijo que fuera fácil, pero los sacrificios suelen tener un alto grado de desafío.

Ojo, aún recuerdo que los buenos impulsos también existen y que han rendido los mejores momentos de mi vida.

La ansiedad, los impulsos... son común denominador en la sociedad moderna y quiero decirles que no se preocupen en demasía, es un problema colectivo pero que se trata de manera individual. Eso sí, a manera de final, quiero dejar un pensamiento: es mejor invertir el tiempo que usamos para tropezarnos en mirar por dónde caminamos.

G

PD: Queda en cada quién cómo mantener a raya sus defectos, saben bien ustedes que éste blog no te enseña a vivir, sino que desnuda un aspecto de la vida que nos entretiene de más y que te lo deja sobre la mesa, listo para contestar a todas tus preguntas.

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