miércoles, 10 de febrero de 2016

Hacer historia

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Como siempre, el cerebo come porquerías y se llena de materias grasas, ocasionando que cada tanto quiera escupir todo lo que le hace mal.

En contrapartida, no todo lo que ingiere enferma sus ideas.

No tengo una mente serena. Quisiera tantas veces poder disfrutar de la frialdad que muchas personas poseen ante ciertas situaciones, no dejar que mis impulsos de vayan por las ramas y terminen con resaca en alguna esquina llena de mugre, culpas y resentimientos. Es por eso que tantas veces escribo en el blog, procurando salir de mi papel subjetivo y enfocar el problema como tercera persona, sin emociones de por medio. Claro que, no siempre me sale aunque, por lo general, me conforman los resultados.

Muchas veces doy cuenta de los resultados y me siento tranquilo porque he llegado a ellos. Sin embargo, mi carácter provoca alejamientos y varias veces, el cambio de ambiente. La cuestión es que me siento seguro de mis pensamientos y ciertas personas tienden a ignorar las verdades que les acontecen. O incluso, a negar que las historias merecen contarse de frente, sin caretas, sin verdades a medias. Y aunque me aleje de los entornos, esa parte dudosa ha quedado atrás, dandole la bienvenida a las paredes que yo decida mirar, no a las que otros me impongan.

No quiero ser hipócrita, no soy mártir, no quiero que me adoren ni que me crean un sabio de antaño. A veces, criticamos lo ajeno sin darnos cuenta de lo que vemos en nosotros mismos, mucho de eso pueden verlo en mi blog y, sin embargo, jamás van a dejar de escucharlo de mis dedos: no me siento orgulloso de mis errores pero siempre pongo la mejilla para entender a los que perjudico. Tampoco voy a explicar el chiste, muchas veces se ha malentendido determinado post y yo, como empleado de esta empresa gratuita, lo hago por amor a la escritura, no para conformar a quienes no pertenecen a este club.

Dicho así, llego al punto en el que abro mi cabeza y recito que no quiero tener más que ver con el puterío mundano, dicho con palabras. He pasado tanto tiempo leyendo pelotudeces tanto en Facebook, como en blog, como en Twitter y tantos lugares más que le perdí el sabor. Como cuando mirás una serie y de pronto, estalla en popularidad y todo el mundo comienza a verla. No estoy exento del montón, pasé mucho tiempo abusando de sus cualidades, inmerso en lo peor de la adicción interneteana (cagastellano). Lo que quiero hacer, hoy por hoy, es escribir porque me gusta y es probable que no corte el blog, es probable que siga careteando o escupiendo la verdad dentro de ese silencio lleno de palabras y formar algo que una de mis otras treinta y cinco personalidades quieran leer. Quiero escribir, ya estoy escribiendo, pero no más que para la literatura y para quien prefiera leerla, sea buena, sea mala, sea infinita. Quiero terminar con este ambiente que tan poco me queda.

Muy pronto, voy a hacer lo mismo con el ambiente laboral, aunque ese se lleve algo más de mi tiempo, ya que el mundo tiene reglas que arrastra desde el origen de los tiempos y aún no se da cuenta de que el dinero es una falsa ilusión de poder. Hay que trabajar...

Tal vez abra el paraguas antes de tiempo, tal vez escriba uno de esos "basta" y quede como un fanfarrón. O tal vez, estire la mano hacia lo que quiero o merezco, de una buena vez.

Porque me veo, día a día, rodeado de gente a la que solamente les preocupa su bienestar y un ambiente que te absorbe, que no te deja ser.

Que te vuelve común.

Al final, me doy cuenta de que lo único que me importa es el legado, hacer historia.

G

sábado, 6 de febrero de 2016

Vapor

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Te das cuenta de que los defectos forman parte del primer ítem que pasamos de largo, en la lista.

Te das cuenta, también, de que hablar en primera persona o señalar con el dedo no tiene caso: existen personas que no atienden a críticas o ignoran consejos, aún si vienen de personas idealistas o bien intencionadas. Claro que, existe el viceversa, la mala intención y es común del ser humano el pensar que otros pares poseen maldad antes que aristas.

El escritor no filtra y tantas veces lastima con las palabras... se ha visto en perspectiva y da cuenta que aquello es algo que le viene de familia. Aún así, no posee justificación; si se diera cuenta de antemano, no llegaría al punto donde pierde tacto. Sin embargo, vuelve a patear la misma piedra, una y otra vez.

Entonces, te das cuenta de que no importa cuán útil puede ser escucharlo hablar, tu autoestima atraviesa un momento de endurecimiento y es natural, dada tu manera de pensar y de victimizarte ante los menores detalles. Es común, el escritor entiende, es natural que no estés conforme con el entorno que te rodea y que no puedas codearte con lo mejor de la sociedad (según tus propios gustos) pero la vida es así y cada uno elige dónde tenderse a descansar. O las palabras de quién escucha. No es mundo para uno solo, lamento que sea así pero lo es.

Te das cuenta de que sopa es lo único que hay y no de que siempre estuviste en el medio, tergiversando las historias, desarrollando complots donde no existieron. Reconozco tu "casi sincericidio" pero también tus mentiras, justamente de las que no dejan referencia ni un teléfono donde se las pueda llamar. Andá a saber... reconozco que también puedo sacarte la ropa y hacer de vos lo que prefiera, sin que un centímetro de tu cuerpo prefiera decir que no pero ya sos una persona caratulada como persona y me quedó claro, te juro que me quedó claro, de que prefiero el tacto de una desconocida que volver a saludarte otro día.

Y te das cuenta de que si no te saludo, ni saludás.

¿A quién le gusta la palabra "final"? Sin embargo, te das cuenta de la cantidad absurda de guionistas que hay y de las películas que no vimos porque no eran de tu gusto, de libros que ni hablamos, de todas esas pequeñas cosas. Yo se de magia, tal vez no de opiniones, pero fue un llanto al que le diste la espalda y una actitud vale más que, ¿cuántas palabras? Te das cuenta de que un hombre jamás llora... jamás... por dios, todos tienen que parecerse a nuestros padres... fuertes, intachables, perfectos, con esa imagen de ogro protector... digo, no se, tal vez exagere... tal vez me equivoque... y luego, pueda seguir con esto, infinitamente.

Te das cuenta de la incertidumbre, al dudar de si hablo de vos o de alguien más, que es es inadecuada pero es lo que hay. Nada de pan: incertidumbre y luego, bronca. Cuando finalmente llegue la aceptación, te vas a dar cuenta de que hasta ahí pensé, que hasta ahí dudé.

Es como es: hoy estamos, mañana no.

Y me doy cuenta de que sin vos en el medio, puedo disfrutar.

G

lunes, 1 de febrero de 2016

A lo que vinimos

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Trilogía: parte tres.

2

     Entró al bar impetuosa y rápidamente sus ojos verdes desafiaron cualquier distracción. Se había teñido el pelo pero no la sonrisa, ambas del mismo tono que llevaba en sus venas y todos los que voltearon hacia ella, confiaron en que el día había valido la pena. Caminó lento hacia la barra, bordeada de música y murmullos, mientras los pecadores ocupaban tantos metros cuadrados como tuviera el lugar; al llegar hasta ella, pidió un Jeyo seco y se sentó a esperar que el infierno hiciera su propia jugada. Habían cuentas que pagar.

     La bebida no se hizo esperar y cuando tuvo la copa entre sus labios, bebió despacio, con un sorbo casi invisible. Unos pocos se permitieron ver sin reparos el primer espectáculo, ya que el del escenario había quedado relegado al segundo lugar, permitiéndoles al resto de los cobardes disfrutar de reojo un arte tan antiguo como irreemplazable. Nadie reparaba en su vestido largo y azul… ¿o era celeste y corto? La gente hablaba cada vez más fuerte y con la voz vidriosa, apenas ocultado tales ideas, donde solamente el color de la piel importaba y el orgasmo, en su nombre. Pasaron varios minutos sin que nadie se le acercase llegando a preguntarse ella si se había olvidado de colgar la indiferencia antes de entrar y estaba espantando clientes, cuando un caballero interrumpió sus pensamientos con una frase trillada pero bienvenida.

     “Una mujer tan bella como…”

     No escuchó el resto, sino que dedicó su atención a la imagen del hombre, a su sombrero, a su traje y a la enorme billetera que llegó a imaginar. Sus modales eran refinados y acompañaban cada palabra en la medida justa: no se movían un centímetro de más y esto cautivó rápidamente a Bella.

     Un instante después, sus ideas eran desplazadas por un susurro de placer. El cliente había dejado su nombre dentro del cajón en la mesa de luz, junto a sus llaves y la tan preciada billetera. Las oraciones quedaron rápidamente de lado y sus besos comenzaron a manchar la piel de ella, contagiando el ambiente con aroma a brandy. El placer se le antojaba sugerido, algo más que una actuación pero menos que el paraíso. El caballero se abandonaba a los instintos básicos, el primero de una cuenta ya perdida y lo hacía pero de cuerpo; su mente sumaba la cantidad de cosas que compraría al final de la jornada. Mientras Juan Pérez tomaba lo que creía suyo, la pelirroja recordaba cuánto le hacía falta para la cuota mensual de la escuela de su hijo Daniel y de la diálisis de su madre por pagar.

     El hombre podría ser refinado frente al mundo, pero embestía como si ella fuera de madera, y lanzando groserías, sabiendo que los objetos no escuchaban. La habitación pasaba desapercibida pero tenía en el techo un espejo de pared a pared y ese detalle le gustaba a ella, aunque los movimientos torpes de Juan lo volvieran algo estúpido y aislado. Nunca elegía ése cuarto pero él había insistido: juró hacerle cosas que ni siquiera con su esposa se animó y Bella sonrío de manera tonta, respondiéndole que nunca se iba a olvidar de ese rato. Los gritos del hombre alborotaban el lugar cada vez más y ella se sintió incómoda, sin razón alguna. Las piernas se quedaban dormidas en nombre de su rutina y se preguntó de repente porqué le molestaba tanto barullo, algo común de sus días laborales. Tenía el cuello con olor a Malt y saliva, un colchón endurecido en donde apoyaba su espalda y un hombre anónimo dentro de su dignidad. Pasaron varios minutos dando vueltas en su cabeza y cuando creyó no aguantar un segundo más, el instante se fracturó inesperadamente y Juan alcanzó la eternidad. Por inercia, ella contó los segundos antes de apartarse y luego de hacerlo, envió al hombre a limpiarse.

     "Y faltan varios caballeros refinados más", pensó.

     Tomó un instante para dejar el cuerpo respirar, haciendo caso omiso de ése pensamiento.

     Se oyó repentinamente un barullo fuera de la habitación y la puerta se abrió. Un hombre entró al lugar y se encontró con la mujer, desnuda sobre una cama de sábanas grises, cual Venus posando en una pintura erótica. Su mirada era tranquila y con la misma empezó a tomar fotos de todo el lugar. Un joven fotógrafo, ataviado de un sombrero marrón y lentes enormes entró detrás y lo imitó pero con flashes reales, murmurando cada tanto palabras de asombro, a las que el detective no les prestaba atención. Se acercó a ella y su cuerpo se encontraba tibio, camino a tomar ese frío que nunca más se iría: Bella llevaba muerta varias horas, apuñalada hasta el cansancio en el estómago y sus pechos, logrando que la sangre de sus labios se derramara por doquier.

     - ¿Quién quisiera matar a un ángel, así?- llegó a oírle decir al fotógrafo.
     - A Karla.- contestó, sin vacilar.
     - ¿A quién?- volvió a preguntar el joven, dejando en claro que era un novato en cuanto a noticias recientes se refería.
     - Al hombre que me va a asesinar.

     El detective sacó un cigarrillo de su bolsillo, lo observó varios segundos y deseó que no le faltase uno el día de su muerte.