miércoles, 21 de octubre de 2015

Alérgico a las monedas.

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Estoy molesto, bastante.

Primero, conmigo mismo, porque no siempre puedo llevarme alzada la ciclotimia y controlarla a gusto o placer. Segundo, porque tengo una amiga que cuando le cuento un problema o una inquietud, me habla de ella. Ya no escucha como antes.

Vamos al punto: el escritor no carece de la cualidad de escuchar a terceros pero tiene incrustado en el adn un gen que lo obliga a hablar mucho de sí mismo y sobre todo, lo hace cuando llega la soledad o el exilio, como le toca vivir hoy. Es una persona que puede prescidir de ciertas necesidades físicas pero no de las sociales, por más que haya aprendido a vivir mejor solo que mal acompañado. Repito... puede escuchar y por lo general, apela a consejos simples pero efectivos...

Y sin embargo...

Cuando una persona posee la necesidad diaria de comunicarse, aunque fuese para decir huevadas o desentrelazar teorías ridículas o alpedíficas, su cabeza respira aire, como si de una casa ventilada se tratase. En cambio, si lo que vive a diario es silencio, es como si la misma estuviese herméticamente cerrada y alguien dejase la llave del gas abierta. Imagínense cuando alguien se acerque y abra la puerta.

El escritor no es hipócrita, sabe que la acumulación de ideas es la otra cara de la moneda que eligió lanzar: se alejó de todo y de todos pero no sin pagar el precio del abandono social. Una cosa no puede vivir sin la otra, socializar es como aceptar el matrimonio y donde uno vive con lo bueno, con lo malo, con lo feo. La gente es egoísta, lo se, pero también tiene "ése no se qué" necesario para nuestro organismo mental.

Sin embargo, si queremos algo de la gente, debemos tener algo que ofrecer, a cambio.

Se que ella no lo hace adrede, porque necesita hablar y sacar, también. El problema radica en que ambos necesitamos atención y la pedimos en el lugar equivocado.

Eso.

O algo más, como alergia a las monedas.

No sé.

G

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