viernes, 25 de julio de 2014

Anarquía, una virtud defectuosa

Si existe algo en particular que no se les escape a los sueños, son todas esas quejas que el subconsciente anota diariamente en su libro.

"En el sueño más lejano que tengo presente aún, escribía en éste blog y sobre poesía pensativa. No sabía de qué se trataba, pero tenía que ver con maneras de ser y viejos fantasmas, que nunca se van."

"Recuerdo otro, en el que la veía claramente, a ella, al karma. En escasos sueños logro verla con claridad, ya que el entorno de mi subconsciente la desdibuja con sus manos oníricas, la torna borrosa y adrede, porque es quien luego se queda y ostenta todo tipo de explicaciones. Es quien se hace cargo de mi desorden."

"Y hoy despierto, con un sueño en el regazo mental, fresco como un caramelo de menta, directo y visceral como mi manera de ser. "Karla debe de contar su secreto, el mundo debe saberlo" me dice alguien y otra vez la escritura, ese ser que dejo pasar de vez en cuando y le invito una taza de te; con quien charlamos horas y horas, mientras él escribe en un papel todas esas experiencias que viví en mi cabeza. Al final del día, se marcha, con su carpetita oscura y poética entre sus manos; en su interior, un borrador confuso pero sentimental."

Los sueños, junto al subconsciente, a la escritura y al sentimiento, forman parte de un grupo de "virtudes" mías que no ocupan su lugar de forma correcta.

Veamos.

Cuando me dicen que escribo confuso, oscuro y romántico, primero dejo que me defienda la duda y ése es mi mayor error. Muchas veces, confundimos de lugar las piezas mentales y les cambiamos el rol, permitiendo que los sentimientos elijan y no la lógica, como ejemplo más claro. Con el espíritu vacilante sucede lo mismo: le damos un papel para el que no nació y está destinado al fracaso. En mi caso, no debo defender al arte, más allá de que sea bueno o malo, el arte se defiende en su propio talento, pero... tratándose de cuestiones diarias y de personalidad, defenderse con dudas resulta en un viaje por cámaras de tortura mental y desde un principio, debimos dejar la convicción donde siempre se sintió más cómoda.

Repito: es más sabio dedicarle un rato a la autocrítica que ir por el mundo cabeceando paredes. Nuestro ego permite un número limitado de críticas ajenas, ínfima si la comparamos con la cantidad de años que vivimos y, además, pocas personas tienen tacto para decirlas. Por lo tanto, quedamos y a solas, frente al espejo interior y con el que podemos identificar nuestras equivocaciones, nuestros pasos en falso, nuestros malos impulsos y saber si colocamos alguna pieza en un lugar que no va.

Es en la autocrítica que podemos poner en su lugar esa falsa anarquía interior.

Para el final, estuve pensando dónde deberían de estar mis cuatro desordenadas partes:

- Los sueños no me dejan olvidar, hecho al que aún debo de encontrarle utilidad.
- El subconsciente me proporciona evidencias, nunca se equivoca.
- La escritura es, irónicamente, mi cable a tierra.
- El sentimiento, el origen de mi talento.

G

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