miércoles, 3 de mayo de 2017

Sacando a pasear las ideas

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No se si identificarme con el silencio de los ajenos o sentir melancolía, por la falta de comunicación.

En la mayoría de los casos, entiendo cuando el rostro de una persona pide a gritos escupir la verdad y la persona elige el silencio. Es más, creo que estoy cansado de que tantas veces no me contesten, que me dejen hablando solo y resumiendo ideas como si fuera la radio (recuerdo que mucha gente le hablaba a la radio, si es que no lo siguen haciendo). Entiendo muy bien que tantos me escuchan y procuran asimilar lo que digo aunque... otros tantos simplemente son diarieros, personas que se autoencasillan en la estupidez de los canales de aire y de veintidós flacos corriendo detrás de una pelota.

Bueno, el arqueros esperan, en realidad.

¿Por qué entro en terreno subjetivo?

Porque necesito probar un punto.

Voy a borrar primero la hipocresía del post, afirmando que toda reflexión arranca desde una mente de corazón incómodo, que no encuentra su lugar dentro de todo aquello que reinó en su entorno y por eones. Más allá de que mi falta de atropello hacia el futuro haya sido apaciguada por la vida común y rutinaria a la que mi familia me ha sometido, admito que mi personalidad es más tradicionalista... no, costumbrista, aunque si mi viejo hubiese sido el dueño de medio país, la historia hubiese resultado distinta, asumo.

Hoy cumplo seis meses con una mujer que todos imaginan inventada y tienen razones suficientes para creerlo. Eso no me concierne, porque he aprendido a separar las historias y conformar solamente el lado de la cinta que me envuelve. Aunque pueda suceder que el día de mañana tenga que pasar por otro proceso de desintoxicación, se que es mi presente y es lo que respiro, lo que siento en carne viva, lo que me aporta momentos de felicidad. Yendo más allá, creo que todos esos pensamientos que me hacen recaer en blog, una y otra vez, no son más que lastre, porque las relaciones que han sido bastardeadas en demasía no resultan más que peso muerto. Bueno, ciertamente es decirlo sin tacto, pero también creo que es exagerado... Sin embargo, denegar mi naturaleza es pecado mayor, porque tengo consciencia y acaba de cumplir treinta y siete años, suficientes como para entender que muchas veces hay que dejar el amor de lado.

Bomba, me tiembla la integridad al decir eso.

Ahora que lo pienso, en mi familia nunca hubo lugar para los escritores.

Aún así, me tomo unos segundos para ver qué es lo que queda en mi cabeza y siguen siendo los mismos valores. Todo está ahí, intacto. Todas las charlas, el parloteo, el amontonamiento de palabras y el ritmo que pocos pueden seguir cuando hablo. Es que tal vez no sea que ellos sean lentos, sino que yo no quiero bajar más un peldaño, que me estoy volviendo cada vez mayor y menos tolerante. ¿Diferencias cuando era joven? Calculo que la energía, que no es la misma. Uno dice, ya no tengo paciencia como antes, pero antes tampoco la tenía y era más obvia, porque invertía energía, mucha energía en que los demás se enterasen. Hoy elijo otro camino, el del silencio... si, el del mismo silencio que muchos me dedican luego de escuchar uno de mis monólogos.

Cuando empecé el post, sabía cómo lo iba a empezar y acarreaba la sensación. Muchas veces llego a este lugar de la misma manera y dejo que mi cabeza explique, no porque otros deban entender, sino porque mi ojos necesitan absorber las ideas pero desde el exterior, tratando de aprender el lenguaje gabrieliano de mis pensamientos.

Resulta gracioso saber que están tan cerca de mi cerebro y aún así, no puedan ver. Tanto que necesitan de una verdadera perspectiva, de las externas, de las objetivas.

Y esto es lo que tengo en mi cabeza.

Inconformidad en un mundo y amor, en el derecho.

Felices seis meses, Susan.

G

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