domingo, 30 de diciembre de 2018

Ojos vidriosos

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Trilogía: parte uno.

¿A quién le importa leer la primera parte de una opinión solitaria sobre las fiestas? El cerebro se me está apagando antes de empezar, les advierto y no sé si es peor que soltar la lengua... dejar que los impecables azulejos se pueblen de equis, marcadas violentamente con polvo de ladrillo.

Sep, ¿a quién le importa la alegoría?

Lo más triste, es que te acostumbrás a recibir opiniones con ojos vidriosos sobre este blog, tanto que le pierdo el gusto a seguir escribiendo en él. Claro, esa es mi parte humana, la que se pinta la mejilla con aceite de pescado y le grita al mundo "¡MÍRENME! ¡MÍRENME!" Es natural ser uno más del montón, que busca atención, una simple opinión que no me haga sentir solo en el mundo pero, ah... estamos solos, ya sea por decisión propia o diferencia de gustos con terceros.

El punto es, que llegan las fiestas y mi único deseo es pasarlas a mi manera, tranquilo. Pero con las manos atadas, económicamente hablando, no puedo tomar decisión alguna sin que genere un terremoto al otro lado del hemisferio. Y la verdad es que estoy cansado de vivir amistades teóricas, siempre dije que la vida representa los hechos y no las ensaladas que preparan nuestras palabras. ¿Querés preocuparte por alguien? Preocupate a su lado, no a través de un teléfono. ¿Querés saber cómo está? Tocale timbre, demostrale que tu amistad vale un viaje.

Al final, siempre resulta verdad lo fútil que es discutir contra hijos únicos.

¿Qué? ¿Que hable de cómo fueron mis fiestas? Bah, como si les encantara leer la detallada descripción del reggaetón que sonó de fondo, cómo todos metieron la cabeza en sus celulares, tomando cerveza barata, comiéndose todo antes de que mismo el cocinero se siente a la mesa.

¿Pa' qué?

Al fin y al cabo, mis amigos han sido más familia que la propia de sangre, donde a éstas alturas siento que no somos más que un zoo.

Por eso duele ver que tu familia haga lo mismo que tu familia.

Estoy seco de emociones.

G