sábado, 7 de julio de 2018

Autocrítica

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A veces, no se qué decirte Gabriel, cuando te salen esas expresiones estúpidas sobre la raza humana. Nunca pensás en mi situación, en cómo vivo, dentro de tu cabeza, poniéndome títulos de padre y terapeuta, de abrazo y de positividad... o de lo que amerite la situación.

A causa de ello, me volví un camaleón, gracias a vos. Y sabés que no me gusta, que así perdí la libertad de expresión, que todas las mañanas me levanto pensando en si vas a encender o voy a tener que probar mil variantes repetidas y otras mil nuevas, por si las moscas. Mi mundo gira entorno a vos, las inundaciones me obligan a llevar salvavidas para treinta y ocho personajes, para luego tirarnos boca arriba sobre cualquier techo seco y escupir el agua de las neuronas, procurando volver a respirar. Soy más que un rescatista, soy un esclavo de tus incineraciones, de tu falta de medicación social, de todas las pequeñas cosas que descartás cuando volvés a ver un error humano...

... y es como una fobia que tenés, jamás rompés con el alma al aire, porqué tenés miedo de volverte a equivocar.

Entonces te encojés y cerrás los ojos, abriéndolos únicamente para saborear lo que te gusta, lo que te agrada que ingrese en tu entorno. A veces respiro, lo admito, a veces salgo y camino un rato, cuando te dejo en compañía de algún conocido pero vuelvo preocupado, con los bolsillos llenos de experiencias y en cambio chico; no logro encontrar el punto medio, te juro que trato y no puedo, tu ego ocupa el aspecto entero, el espacio interior, el universo.

Es tu vida, lo se. Es tu cabeza, yo solamente soy un invitado. Y como tal, te veo en todas dimensiones, un talento que se deja avasallar por la falta de paciencia, por la falta de vocación. Sabés mucho, la vida misma te lo enseñó, tenés criterio y observación.

Y te duele estar solo, aunque no lo admitas.

Pero no tenés los huevos.

No respetás mi opinión.

Bueno, sólo cuando te conviene.

L