jueves, 1 de febrero de 2018

Tocando el nervio de una canción

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Trilogía: final.

Una vez salí varios meses con una chica preciosa, una de esas que todos los hombres se dan vuelta a mirar, en la calle. Llegó como consuelo de otra relación ya terminada, como una distracción "seria", una nueva apuesta. Hasta ese momento, iba en serio, no me tiraba cañitas al aire o me tomaba un respiro casual, con alguna que otra mujer.

Recuerdo también la enorme fachada que resultó ser esa belleza. No lo digo por algo malo, en particular, digamos... la imagen de ambos encajaba a la hora de las fotos, dos muñecos de torta, ¿tal vez..? Yendo a lo personal, no congeniábamos en lo que llamo sarcásticamente como "decisiones": si bien disfrutábamos de buenos momentos, no había manera de evitar la sierra que se acercaba cada vez que las acciones nos ataban a la mesa. Treinta besos y un argumento estúpido para discutir sesenta minutos o más.

Cabe mencionar una vez más que yo me encontraba en un mal momento de mi vida y aún así, al comienzo di lo mejor de mi.

Con el tiempo me quedé sin repuestos para mejillas. No obstante, decidí jugar una mano extra y acudí al consejo de una persona cercana a ella. Cuando terminó la charla, me sentí aliviado al tener un punto de vista más fresco sobre cómo maniobrar ante una situación que, visto desde mi costado, se me estaba escapando de las manos. No quería perderla, nunca me gustó perder a quien aprecio, me gusta cuidar lo que tengo, lo que "me" tiene... Me apegué a la nueva arista y apliqué paciencia, procurando minimizar lo peor de mí. En cierta manera, ya estaba roto, claramente no era el momento en el cual debía estar con alguien, ya que marchaba tropezándome con todos los muebles y lamentando los moretones. Pero seguía, tenía que dar algo mejor que partes oscuras y celulares chocando contra la pared.

A los pocos días, nos sentamos delante de su computadora y nos pusimos a escuchar canciones, una de nuestras pocas buenas costumbres de pareja. En un momento saltó a la charla mi gusto variado y decidí ponerle un tema de kjasldkfjiosufjklljkfsdkjf(inserte lo que a usted le gusta y a otros no, aquí). "No, sacame esa mierda", fueron sus exactas palabras, con una pseudo sonrisa en su cara.

Ese fue el instante en el que decidí no seguir con ella.

Cabe destacar que luego de ello, no terminé la relación y me embarqué en un tour de bares y cabarets, que poco tenían mi nombre en sus marquesinas. Ella había dicho, un tiempo después "te vas a hundir en el pozooscuridadinfiernoquetepudras" y cosas por el estilo. Tuvo razón, me deseó lo peor y me tocó vivirlo, como todo pecador al que le llega su día del juicio.

Mmmnop, borren esa última metáfora, es cursi y religiosa.

Fueron cuatro años, antes de volver a sonreir confiado ante una mujer.

¡Miren! ¡Un avión!

Todo lo que viví por aquellos días lo tengo fresco, más lo negativo que lo positivo, como se debe. Y recuerdo cada detalle, cada aguja que traspasó la carne y tocó nervio, esa enfermedad que me tuvo en cama durante años o esa droga, si mejor prefieren, llamada "socialización". Toda mi vida estuve rodeado de gente, como centro u observador, siendo el que recibía el beso o al que se lo negaban. Viví, pero no fui intenso y cuando decidí hacerlo, no soporté el peso de los errores ajenos, esa tendencia al autoflagelo. Tenemos esa necesidad de mezclarnos con la sociedad, volvernos dependientes de sus acciones; somos animales domésticos, esperando que nos llenen el plato de comida, aunque podríamos ir y arrancarle la pierna a un transeúnte que pase por la calle. Decimos que vamos por el lado bueno, que no le deseamos el mal a otros pero... creamos una dependencia viciosa, "¿la soledad o un testigo?", respuestas obvias si las hay...

El día de mi cumpleaños 38 recordé lo de la canción y me reí como estúpido, como buen estúpido que se inventa dependencias y luego llora, porque se las quitan.

Y como enero fue uno de esos meses en el que la soledad se tornó vicio, medité sobre la necesidad de mezclarse y en lo que realmente necesito poner en mi tablero, a futuro. Plus, me llegó una nueva entrega de "me importa un bledo que hagas tu trabajo bien" y no tuve aguinaldo en el trabajo. La dejé en el baño, para que la lean.

Nada.

Tal vez me siga desintoxicando de vos.

No, no de vos.

Tampoco de vos.

De vos.

Ahora se pueden juntar a criticarme, aunque sea por los viejos tiempos.

G