miércoles, 17 de enero de 2018

Una estúpida sonrisa

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Tengo sueño, me duele la espalda.

Trilogía: parte dos.

Voy a hacer trampa en este post y paso a explicar el porqué: por primera vez en mi vida, pasé año nuevo completamente solo, con una buena maratón de serie, un pollo a las verduras y vino blanco, más un plus de tranquilidad (que tanto cuesta conseguir hoy en día). Estaba solo, la gente se había ido a un lugar que a mi cerebro no le importaba, con el espacio de un millón de estrellas y el color de mi propio universo empapelando la noche. Por un momento creí que mi parte humana iba a caer en las necesidades básicas, que iba a extrañar a una o a otra, que no iba a preparar otra carne a la naranja o a filmar a Elena prendiendo un cigarrillo...

... pero entendí de antemano que la vida te da momentos en blanco, que somos los únicos capaces de darle forma y color a lo que otros luego admirarán... u odiarán, según los gustos. Monet, Picasso, Carlitos el pintor, cada uno tiene mano para crear lo que el público correcto prefiera y me estoy desviando, lo sé; quiero decir... tomé ése 31 a solas e hice de él un nuevo post.

Adoro la simpleza de mis laberintos.

Digo, ¿alguna vez observaste cada palabra que mis dedos releen para vos o pensás que son los desvaríos de un artista sin pulir?

Oh cariño, deberías de estar en mi cabeza.

Deberías.

Y allí estaba el pollo, envuelto en cebolla caramelizada, tiras de morrones y un vino que ya se había evaporado; cortaste una porción grande y cuando la llevaste a la boca, sentiste cómo lágrimas imaginarias asomaron en tus ojos, culpa de la reacción que un buen bocado provocó. No fue tu primer plato, no fue tu primera creación, habías hecho miles y algunos extras, según la villana de turno. Has improvisado con éxito buenas cenas, has cocinado con camisa negra y más tarde, te deslizaste dentro de la mentirosa pero... digo, cómo te provocaba la mentira, cómo te gustaba ser el santurrón, el que señalaba con el dedo y era el primero en mencionar todos sus errores, porque nadie más podía decirte cuáles eran, nadie podía señalarte, nadie mereció sentirse más que vos, porque siempre creaste sorpresas, porque moviste al huracán, porque te convertiste en la fogata de un día de frío, porque fuiste exigente pero tenías mucho más para dar.

Porque cocinaste para todos.

Porque supiste cómo pasar un año nuevo solo.

Porque siempre fuiste un extremo y el otro, porque te olvidaste y te acordaste a tiempo, porque volviste a decirle que no a tus debilidades.

Y PORQUE BLA BLA BLA.

Ah si, lo de porqué hago trampa: pasaron dos semanas y media desde que entramos en 2018, así que... puede que se hayan mezclado sensaciones nuevas, impensadas (después de todo, ya estamos a diecisiete y en cinco días, mi lado testigo va a pagar la entrada para acceder al guión de la tercera parte, aquella que cerrará el círculo).

Pocas veces termino el post con una sonrisa.

¿Te acordás de lo estúpida que era?

Te encantaba.

G