domingo, 11 de mayo de 2014

El dolor sentimental

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Anoche desperté con miedo, por primera vez en años. Y hablo de ése miedo que te ataca directo al pecho, que resulta indescriptible pero sabés lo que es. La razón fue estúpida: una pesadilla realista, con todas esas cosas que vemos en noticieros, hoy.

Pasado un rato y en la oscuridad, llegó a mi mente la idea que llevaba tiempo prohibiéndome... el odio profundo que siento hacia la soledad. Como si fuera un niño pero sin llanto, demandé a nadie que me hicieran compañía pero no hubo señal. Los días consecuentes a una separación se transforman en una especie de prueba de fuerza interior, al menos para mi, donde debo recomponer mi ego y volver a ser independiente en sentimientos pero... todo lo que logro y en cuanto a lo último, es poner en segundo plano lo que sienta, mientras la rueda sigue su camino y yo, detrás.

Creo que esa es la cuestión. Somos seres llegados al mundo para socializar, compartir y hasta amar pero, a causa de las grandes diferencias de personalidad con las que nos cruzamos diariamente, esas tres acciones se transforman en fichas de casino, envueltas en incertidumbre e inseguridad. Pocas veces salen las cosas como queremos e incluso, vivimos de improvisados, sin saber a ciencia cierta cuáles son las decisiones correctas. Al final, nos quedan las convicciones y un puñado de ideales a los que seguirle la corriente, esperando que hayan sido correctamente absorbidos.

Esas diferencias de personalidad nos separan o producen choques entre todos. Mejor dicho, nos hacen vivir la vida de a ratos, disfrutando solamente las cosas buenas y odiando las malas, siendo pelotas de goma, de las que al menor roce se disparan en dirección incierta.

Volviendo a la soledad que siente uno al despertarse de una pesadilla, conozco gente que aún duerme con la luz prendida. ¿Por qué será que tememos con la mirada y no con la consciencia? Admito de que nadie merece escapar de sus pesadillas sin encontrarse con alguien al despertar, pero somos seres humanos y no dioses, estamos condicionados a tomar decisiones sobre nuestras vidas con criterio de hormiga y a soñar con anhelos divinos.

Sin embargo, siempre se puede volver a intentar, ¿no? Lástima que la vida es una sola.

G